NAZARENO
Hace ya tiempo que el destino me llevó a vivir fuera de Alanís, mi pueblo. Por fortuna a otro muy cercano, lo que me permite volver con cierta frecuencia, aunque me suele ocurrir, en ocasiones, que quisiera poder estar en los dos al mismo tiempo. Pero eso sólo es posible con la imaginación o … ¿Por qué no?, también con el corazón. Porque mi corazón, atado con fuertes lazos al pueblo que me acoge, nunca cortó los hilos con la vida y la sangre hacen que cada día me siga sintiendo alanisense.
Vivo en Guadalcanal, un pueblo de gran tradición cofrade, donde casi desde la cuna se empieza a vestir la túnica de alguna hermandad, donde el olor a incienso, a claveles y a cera perfuman la infancia de nuestros hijos y los llevan a la adolescencia ya calzados de zapatillas costaleras o poniéndole notas cofrades a un instrumento.
No ha sido mi familia una excepción y, durante años, mientras mis ojos veían pasar por sus calles un esplendoroso paso de palio, bajo el cual un sudor familiar se mezclaba con otros muchos sudores y seguían alegres el desfile musical, donde dos chiquillos soplaban con afán una corneta, mi corazón paseaba su nostalgia por las calles de Alanís y se vestía cada día de Pasión, de imágenes y de colores que nunca se perdieron en el recuerdo. Ambos sentimientos ocupaban el mismo espacio, aunque quizás, se empeñaba la nostalgia en rozarme, con su aliento, un poco más de cerca, cada vez que un reloj daba las doce la noche del Jueves Santo y mi garganta sólo podía guardar en su interior estas palabras para un Jesús Nazareno.
Podías haber sido
Señor de ese castillo
Que allá, sobre la cima
De la empinada cuesta
Te contempla
Podrías haber sido
Guerrero festejado
Del sol y de la luna
Caballero forjado
De platas y laureles
Aclamado y querido
Por reyes y princesas
Podrías haber sido…
Señor
Pero quisiste
Ser eterno adalid
De nuestra guerra
Y en tu lucha
Perdida y ganada de antemano
Caminando descalzo
Entre los parias de la tierra
Fue tu escudo el amor
Y tus palabras…
Las armas que dejaron caer
Sobre tus hombros
El peso de una cruz
Que, en la madera
Grabó con sangre y odio
Los pecados
De aquel que te venera
Y de aquel
Que te niega y te desprecia
Pero en tu eterno
Caminar hacia el calvario
Una noche inmortal
De Jueves Santo
Cuando la luna roza
Ya la madrugada
En las almenas
El tiempo se detiene
En una plaza
Que calla… y llora
En un solo de trompeta
Y Alanís
Perfumado de encinas
Y olivares
En un solo sentir
Une su corazón al tuyo
Cuando un balcón se abre
Y llena el aire
El rezo contenido
Que pone en cualquier boca
Una saeta
Y tu sangre
Se mezcla con la sangre
Que, aunque gime
Impaciente se agita
En las trabajaderas
Cuando el roce pausado
Del esparto
Te lleva hasta el pueblo
Que ya espera
Para ser esta noche sólo uno…
¡Cirineo!
Que embriagado de amor
Alza las manos
Para aliviar el peso
De una cruz
En la que arrastras…
La pena y el dolor
De todos los pecados.
¡Nazareno!
Autora: Lola Franco Grueso
Publicado por: Alberto Fernandez Antunez
No hay comentarios:
Publicar un comentario