viernes, 7 de mayo de 2010

El Dia de Todos los Santos y Los Fieles Difuntos (Vs, Halloween)

En agradecimiento a mi madre Palmira.








Diréis que qué significa ésta expresión. Para muchos jóvenes es posible que les suene a chino. A los mayores seguro que no. Es lógico, pues era una tradición de los que ejercíamos de monaguillos. Paso a relatar de forma breve en que consistía.



Cuando llegaba la segunda quincena de octubre, nos vestíamos de acólito y nos recorríamos el pueblo casa por casa. A la llamada de: "¿Se puede pasar?, venimos pidiendo los Santos para doblar los Difuntos",



cada cual nos echaba en una cesta de mimbre que llevábamos lo que buenamente podía ofrecernos (granadas, membrillos, chocolate, nueces, castañas, o cualquier otro tipo de viandas), para poder pasar la madrugada entre el uno de noviembre (día de Todos los Santos) y el dos (día de los Fieles Difuntos).



Una vez que caía la tarde del día uno, nos subíamos al campanario y comenzábamos a tocar las campanas a difuntos (un toque con el campanín de duelo y otro con la campana gorda) toda la madrugada.



Allí subidos, en buena compañía, los “monacillos”, como decían los mayores, encendíamos una candela para poder aguantar toda la noche, ya que en la torre y de madrugada, como se dice por aquí, caían buenas “pelúas”. Allí dábamos buena cuenta de los alimentos que habíamos recolectado los días precedentes. Eso nos mantenía en vela, para poder aguantar del tirón la amplia y gélida madrugada, entre cabezada y cabezada, broma y broma, y alguna que otra historia de miedo que hacía la noche más entretenida. Así, hasta la hora del alba en que se celebraba la primera misa para honrar a todos los difuntos de la localidad.



Pues bien, posteriormente, con el aire de los nuevos tiempos, se instaló el sistema eléctrico automatizado de toque de campanas y, como todo avance de la tecnología, mermó la mano de obra humana. Se dejó de subir al campanario a tocar manualmente y el número de monaguillos descendió hasta que, durante varios años, éste que les escribe, se quedó como el único que realizaba todas las funciones de atención a los cultos.



Con dicho motor, manejado desde un cuadro eléctrico colocado en la sacristía, se podían controlar todas las funciones de dobles, repiques, señales de misas. Así, poco a poco, comenzó el declive de esta tradición, hasta que finalmente, se perdió para quedar solamente en la memoria de sus actores.







Hoy día, con la globalización o más bien con la influencia de tradiciones tan distantes y distintas a las nuestras (las “Americanadas”, que es como yo las denomino) de unos años a esta parte nos han contaminado esta fiesta de calabazas huecas con forma de monstruos, con velas en su interior, disfraces de demonios y de cualquier suerte de muerto viviente, para festejar a su forma una tradición, Cristiana para nosotros y Pagana para ellos. La denominan “Halloween” o fiesta de los muertos. Más bien parece un desfile carnavalesco en pleno otoño que otra cosa mas seria. A mi parecer, esta festividad es merecedora de ser afrontada con un mínimo de respeto por los que ya nos faltan.



Corren nuevos tiempos. Mejores o peores que los que ya pasaron. Pero no distintos. Tenemos que adaptarnos a las nuevas corrientes, por las cuales la sociedad va discurriendo. Pero pienso que no debemos olvidarnos de nuestras tradiciones, ya muchas perdidas, y de las que nuestros mayores nos pueden hablar de forma mas fidedigna que yo, por edad y conocimientos.



Pero humildemente y desde la perspectiva de mis 37 años, he querido recordar en estas fechas tan cercanas, una tradición que, por ser monaguillo en aquellos años, me ha traido muy buenos recuerdos de camaradería entre los niños que formábamos el cuerpo de pequeños “Pillos de Sacristía”.



Con todo mi cariño y afecto a todos los que a través de los tiempos son, han sido y siempre serán, “Pillos de Sacristía”. Va por ellos.



Bueno y llegados a este punto, dirán que por qué dedico este artículo a mi madre Palmira, pues sin ir más lejos, porque cuando me quedé solo en el cargo, con unos once años, se pasó toda la noche de difuntos a mi vera en la sacristía. Siempre las madres pendientes de sus hijos. Estuvimos al cuidado de que no se parase el sistema eléctrico de toque de campanas ya que, en Alanís, el fluido eléctrico tenía y tiene muchas caídas por lo que había que arrancar nuevamente el mecanismo de toques.



Un millón de gracias por su compañía y por su apoyo. Que este escrito sirva de homenaje a las que, afortunadamente, aún tenemos con nosotros y en memoria de las que, por desgracia, ya no pueden estar a nuestro lado. Que Dios las bendiga, tanto aquí en la tierra como allá arriba, en el eterno paraíso de los justos.







© Alberto Fernández Antunez, octubre de 2009

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