viernes, 7 de mayo de 2010

A vueltas con el clima


Sigo con mi particular batalla contra el cambio climático y retomo el hilo del articulo que escribí a finales del pasado octubre, donde hacía ciertas reflexiones acerca del comportamiento de la madre naturaleza últimamente.




Si lo recuerdan, era ya pleno Otoño y estábamos en camiseta y pantalón corto. Pero no quedó ahí la cosa; sufrimos unas temperaturas altísimas hasta la primera semana de Diciembre, tanto de noche como de día. Y como ya insinuaba en mi anterior articulo, de forma drástica y sin avisar, llegó el invierno, y lo hizo a mala idea. Con toda su crudeza y embistiendo cual Miura contra el capote de Morante de la Puebla en el ruedo de la Real Maestranza. Casi dos meses de intensas y continuadas lluvias, temperaturas, en algunos casos, llegando a rozar los fríos siberianos; vientos, tormentas…, y una nevada histórica el diez de enero, que ni los más antiguos del lugar recordaban una similar. Dejó estampas de indudable belleza para deleite de todos, pero nos incomunicó durante varias horas por carretera. Como era domingo, quedaron atrapados más de un centenar de visitantes que se tuvieron que alojar en casas de vecinos (prestos a socorrerlos), en el gimnasio y en otras dependencias municipales. No les quedó más remedio que pernoctar de la mejor manera posible hasta la mañana del lunes, en que se recuperó la normalidad.

Pues bien, es hora de extraer algunas conclusiones. Lanzamos la moneda al aire y sale cara (o lo que es lo mismo, beneficios): un manto verde de hierba fresca que llena de esperanza a los ganaderos de la zona. Por fin van a poder alimentar el ganado de forma natural y reducir los costes en piensos, recuperando así, en cierto modo, sus maltrechas economías tras haber tenido que mantener sus piaras durante muchos meses a costa del bolsillo. A su vez, regajos y charcas llenas, veneros manando agua generosamente, ahorrando el transporte con cisternas, cántaras o pipas.

Fuentes como la de Santa María, San Pedro, Las Pilitas, El Pilarejo y tantas otras, alegrando con su cadencioso soniquete el oído y con sus cristalinos chorros la vista de todo buen amante de la naturaleza. Esta es la buena cara del temporal, a Dios gracias.

Ahora demos la vuelta a la moneda y nos toca ver la cruz: destrozos en estos mismos campos. Sobre todo alambradas, cercas, muchas de ellas de piedras (centenarias algunas). Muchos carriles, caminos y sendas han quedado impracticables. Accesos a olivares, cortijos y explotaciones ganaderas o agrícolas en plena recogida de la aceituna, con el perjuicio que eso supone. Los jornales de los habitantes de un pueblo que sobrevive del campo y de la cosecha de la oliva, principalmente, perdidos en plena crisis. Por no hablar de los daños sufridos por el viejo colegio, que ha tenido a los niños una buena temporadita sin clases, y a la población en vilo con las arriesgadas y valientes demandas a las administraciones de un centro que lo sustituya.

Por todo esto, debemos poner los remedios suficientes para frenar la contaminación, la devastación, la destrucción de la naturaleza y así evitar que el clima sea tan extremo en sus comportamientos. Debemos dejar un planeta sano a nuestros hijos e hijas, como el que heredamos de nuestros abuelos. No apuntemos en nuestro expediente el demérito de dejar un basurero en lugar de un planeta, un mundo herido, podrido, enfermo... Pongamos los medios que estén a nuestro alcance para que esto no suceda, antes que la historia cuelgue en nuestro cuello la soga del remordimiento por nuestros actos y nos siente en el patíbulo como culpables de tanto desastre.







© Alberto Fernández Antúnez, febrero de 2010

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